Llegué a interesarme por el tiempo no por su costado más pasmoso, hipertrófico, las tesis de los físicos, expresadas en sus pesados mamotretos. Tampoco me sedujeron sus costados más cercanos, el verbo o unos versos de John Keats.
Mi primer perplejidad frente al tiempo fue una pequeña desmesura: a los ocho años de edad entré al taller de un relojero y lo contemplé en el ejercicio de su precisa arquitectura. Una fuerte luz concentraba todos sus rayos en un pequeño círculo sobre su mesa de trabajo. Armado de unas pinzas finísimas colocaba, con pulso que envidiaría el doctor más cirujano, las mínimas piezas allí donde colocaba la vista, hiperbolizada a través del risible artefacto que pendía sobre su rostro. El impacto que causó sobre mí su imagen fue total. Más de una vez, desde entonces y hasta ahora, me asaltó la idea de abandonar todas mis empresas y colocarme como aprendiz en ese oficio que algo tenía, para mí, de enigmático y encantador: lo creía el ejercicio de un arte cercana al encantamiento, el poder de transformar el fluido devenir en el testarudo staccato de pequeñas rueditas dentadas y agujas, o quizás, más sorprendente aún, la operación inversa.
Nunca emprendí, sin embargo, ni esa ni ninguna de las otras vidas (eremita, guardaparque, navegante, explorador, conquistador de las tribus del África en nombre de la corona británica, etc.) que a penas me contenté con imaginar, prefiriendo el sopor y la molicie de esta haraganería aplicada a las letras en la cual, por lo demás, y como sabrá apreciar el perspicaz lector, me va muy mal.
Pero el interés por las cosas del tiempo, que de ello me quiero ocupar y no de mi poco trascendente persona, renació poco ha, a consecuencia de la observación y meditación de los efectos desencadenados por las últimas calamidades que han venido a turbar, durante los últimos meses, el sopor y la molicie que tengo antedichos (y otra vez vuelvo a rozar la impudicia de ocuparme de un servidor, asunto que modestia y buenas costumbres me impiden abordar; dispense el lector estos lapsus). De un tiempo a esta parte, y pensándolo bien esa expresión constituye, casi con crueldad, una ironía, el tiempo se me ha vuelto y revuelto. Los días no transcurren ya, sino que manan, ora con más fuerza, ora más sosegadamente, y, más terrible aún, esta corriente de mi tiempo no forma caudaloso río, sino bamboleante estuario. Cada tantos días, pues, y elijo esa palabra, "días", para mayor satisfacción del lector, para su comodidad, que para mi no es ya una unidad cuyos contornos aparezcan tan visibles, cada tanto, decía, las mareas invierten a su antojo el flujo de la corriente y se me viene de prepo, a empellones, la oleada del pasado. Yo la recibo agitado, zarandeando con espasmo todas las extremidades lo mejor que puedo para mantenerme a flote, asomando la cabeza a penas por sobre la superficie, ensayando gritos de auxilio acallados fácilmente a cada nueva ola que acomete y me sumerge en: frías aulas, en pasillos de hospitales, en soleadas plazas, en tugurios, en iglesias catedrales, en oficinas, en los aposentos de la señorita tal, la señorita cual, en jardines de infantes, lo de abuela Mabel, fiestas de cumpleaños.
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A propósito del tiempo:
ERIK SATIE - PIEZAS PARA PIANO - Interpretación de Patrick Cohen en la Iglesia de San Miguel, Cuenca, Diciembre de 1997.
- Gnossienne nº 1
- Gnossienne nº 2
- Gnossienne nº 3
- Gnossienne nº 5
- Danse de travers III (Pièces Froides)
- Gnossienne nº 4
- Air à faire fuir I (Pièces Froides)
- Danse de travers I (Pièces Froides)
- Air à faire fuir II (Pièces Froides)
- Danse de travers II (Pièces Froides)
- Petite overture à danser
- Gnossienne nº 6
- Première pensée rose-croix
- Gymnopédie nº 1
- Caresse
- Gymnopédie nº 2
- Air à faire fuir III (Pièces Froides)
- Gymnopédie nº 3
- Sarabande nº 1
- Le Fils dels Étoiles. L'initiation
Advertencia e invitación finales: el orden de las piezas ha sido impuesto por el intérprete. Desparrámelo a su gusto el oyente.