domingo, 5 de junio de 2011

Excursos de un hombre invisible o nuevo Ensayo -infecundo- sobre la ceguera (Invisible)

Quisiera hablar de la invisibilidad, la inmaterialidad y otras cosas que no existen, o bien, cosas que tienen pinta de no existir. Aunque pensándolo bien, la pinta de no existir no se puede ver, que de verse, la pinta sería de cualquier otra cosa, de nabo, de elefante, de crème brûlée, de humo de cigarrillo que mientras es arrastrado suavemente por una brisa estival que a mi tía Eloísa le trae recuerdos de su difunto, tan parecido que era a Rodolfo Valentino, dibuja en el aire, por un instante, la forma de una clepsidra. 
Quisiera, decía, hablar de la invisibilidad. Sobre todo de la invisibilidad, que es aquel raro fenómeno cuya existencia es precisamente, la apariencia de no existir. ¡La invisibilidad!, la única propiedad tan universal como la existencia pues se aplica a personas, objetos, conceptos, situaciones, ficciones: invisible puede ser el lector, su reloj pulsera, la indginación de la madre del lector al verlo perder el tiempo en este ejercicio, Dios o cualquier imaginación. ¡La invisibilidad!, la única propiedad que descansa en todo excepto sobre aquello a lo que se aplica: la invisibilidad está en la ceguera de los demás. Dios, el vecino prostático del tío de Luis XV y un montruo redondito, pequeño, peludo, de dientes finísimos y punsantes como alfileres, son invisibles porque mis ojos son ciegos a ellos. La invisibilidad está en los ojos que no ven, no en míticos cuerpos translúcidos. ¡Jamás he oido mentira mayor!
De ello quisiera hablar. Cabe ver ahora, qué quisiera decir. Cabe ver, dije; esto es, cabe mover aquello que quisiera decir de la invisibilidad a la visibilidad, primero para mi, cuando lo escriba, después para vos, cuando lo leas, acaso nunca para aquella, que permanecerá ciega a estas palabras, como ha preferido de un tiempo a esta parte, y estas palabras invisibles a ella. Y lo que quisiera decir es precisamente eso, que habiendo sido empujado, y junto conmigo mis palabras, pensamientos, calzoncillos y los agujeros en ellos, etc., de un tiempo a esta parte, al triste goce o ejercicio de esa facultad tan anhelada por algunos, que no por mi, que es la invisibilidad (al menos a ciertos ojos, a ciertas cosas, a ciertas cegueras), abrazaré mi suerte. Invisible, andaré de incógnito por ahí, sin ser notado de ciegos ojos, conociendo secretos que en caso de visibilidad nunca me serían develados, levantando faldas e inculpando al viento, siendo arrollado por ciegos conductores o transeuntes que declararán al oficial de guardia "¡Le juro que no lo vi!".     

INVISIBLE:
Luis Alberto "el Flaco" Spinetta, Hector "Pomo" Lorenzo,  Carlos Alberto "Machi" Rufino

INVISIBLE - INVISIBLE - 1974
  1. Jugo de lúcuma 
  2. El diluvio y la pasajera 
  3. Suspensión 
  4. Tema de Elmo Lesto 
  5. Azafata del tren fantasma
  6. Irregular 
  7. Estado de coma
  8. Elementales leches
  9. Viejos ratones del tiempo
  10. Oso del sueño
  11. La llave del Mandala 
  12. Lo que nos ocupa es la conciencia, esa abuela que regula el mundo




INVISIBLE - DURAZNO SANGRANDO - 1975
  1. Encadenado al ánima 
  2. Durazno sangrando 
  3. Pleamar de águilas 
  4. En una lejana playa del animus 
  5. Dios de la adolescencia 




INVISIBLE - EL JARDÍN DE LOS PRESENTES - 1976
  1. El Anillo del Capitán Beto 
  2. Los libros de la buena memoria 
  3. Alarma entre los ángeles 
  4. Que ves el cielo 
  5. Ruido de magia 
  6. Doscientos años 
  7. Niño condenado 
  8. Las golondrinas de la Plaza de Mayo 



5 comentarios:

Reneé dijo...

Todos tenemos algunas invisibilidades, si es que la palabra existe.

Gerihut dijo...

Siempre hay algo más que decir, más allá de la invisibilidad de tal o cual cosa/ser/monstruito; y vos lo dijiste. Te felicito, sos libre :D

An dijo...

Hola, dale nos casamos.

Tuyo el texto no?

An dijo...

Uh! Se vienen las 5 cifras!

notancul dijo...

Mi abuela siempre dijo que soy un dulce de leche, por eso te querés casar conmigo. O será por el éxito, ahora que se vienen las 5 cifras y seguro agarran y le ponen mi nombre a una calle o una plaza (pero del suburbio, porque tampoco la pavada ¿no?). Al final son todas iguales, todas como mi abuela, que algo de conchu tenía y me prodigaba halagos justo antes de mandarme a jugarle 5 pesitos al 72 en la vespertina de provincia.

Deliré. Un beso An, gracias por pasarla.